Silvestres hiedras del monte
Te sentí en tu negra mirada, de noche,
vibré como la hoja del sable templado,
sentí que toda mi sangre en derroche,
con mi rostro se hubo encontrado,
en ese rubor tremendo que anoche,
tu cercanía, si tu ser, había provocado.
Luego tu boca de carmesí,
hablaba tan, tan despacio,
que de pronto me enloquecí,
y suavemente mordí tu labio,
besé tu boca, tu saliva bebí,
culpable fui, de aquel agravio.
De pronto tu risa cesó,
tus ojos se entrecerraron,
respondiste no calló,
en tu boca no quedaron,
los suspiros que te dejó,
nuestro amor, ellos no callaron.
Y nos amamos, si nos amamos,
con la fuerza del inmenso horizonte,
con la luz de nuestro sol, nos quemamos,
junto al bello canto del sinsonte,
y amanecimos así… abrazados,
como silvestres hiedras, en el monte.
Autor: José Prado
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