El dilema de la
princesa
Noche de luna,
viento de mar,
y la princesa de
su Castillo,
hecho el de puro
ladrillo,
quería salir a
pasear.
La espuma del mar
me llama,
yo desde aquí la
puedo oír,
quiero mojarme
las plantas,
quiero brincar, y
vivir.
Así le dijo a su
nana,
esa que la veía
reír,
pero la princesa
estaba presa,
ella no podía, no
podía salir.
De aquel hermoso
castillo
la princesa no
podía partir,
y sus ojos del
llanto,
estaban rojos
como un rubí.
De pronto desde
lo lejos,
se oyó el bramido
del mar,
se rompían las
olas,
y lejos se oía un
clamar.
Miro la princesa
por la ventana,
¿De donde venia
aquella voz?
De lejos en la
distancia,
allá un barco
naufragó.
Nadando entre las
olas,
entre blanca
espuma, y sal,
se acercaba un
joven grumete,
con cabellos
rizos, como las olas del mar.
Salio corriendo a
ayudarlo,
se mojó su
vestido la princesa,
y cuando abrazo
al grumete,
de amor, de amor
cayó presa.
Ya no quiso la
diadema,
ni la corona que
pesa,
ya no quiso su
vestido,
ni tampoco ser
princesa.
Sus pies frescos,
y mojados,
su cara de
manzana fresca,
roja, roja su
cara como sol,
feliz era al fin
la princesa.
Nana me voy, dijo
ella,
me voy con mi
enamorado,
¿Por qué no? Dijo
la nana,
si tú a él lo has
salvado.
Soltose, la
trenza la princesa,
suelto el pelo,
mojada la falda,
allá se fue ella
con su hombre,
aquel que salio,
de la espuma blanca.
Quedose en vilo
la nana,
mirándola riendo
partir,
no hacía falta la
riqueza,
¿Para que? Si
era, si era feliz.
Autor: José Prado
@Derechos reservados por el autor
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